Hacia mediados de los años setenta la radicalización se sentía en el ambiente social. El Frente Nacional no había cumplido su promesa de crear un Estado para todos, pero además, como lo señala Rodrigo Uprimny en el texto «Fanatismo», editado por la Comisión de la Verdad en 2020: «no fue capaz de consolidar una cultura democrática, tolerante y respetuosa de las diferencias, por lo cual, el fanatismo ha resurgido con otras expresiones: el anticomunismo y el mesianismo revolucionario» (Uprimmy, «Fanatismo, guerras y paz», 20).
La violencia iba en ascenso. Pero era una violencia selectiva, que pegaba en los procesos sociales, amparada en el Estado de Sitio.