Al comenzar los años setenta había guerrillas, pero estas no constituían una amenaza para el Estado, de hecho estuvieron al borde de la extinción. La Fuerza Pública continuaba implementando la cartilla de la contrainsurgencia internacional en estos años y hasta mucho después usó la estrategia que para ese momento ya era un fracaso en Vietnam: buscar y destruir al enemigo. El principio de distinción, que permite reconocer entre el combatiente y el civil, no se tuvo en cuenta.
El énfasis de la tarea revolucionaria era incentivar una guerra popular que se libraba en todos los frentes, en el político y en la agitación y propaganda, y de manera muy importante el organizativo: crear bases clandestinas en los movimientos sociales especialmente que preparan la «liberación» paulatina de territorios y la insurrección. Su imbricación con la población civil era parte esencial del proyecto, pues la esencia de su tarea era despertar la conciencia política y el estado de ánimo rebelde en las poblaciones.
Por su parte, lo que ocurrió en los años siguientes con la estrategia de buscar y destruir al enemigo por parte de la Fuerza Pública, había sido advertido por quienes analizaban el fracaso de Estados Unidos en Vietnam: «De acuerdo con experiencias recientes, parece improbable la derrota de una auténtica guerrilla, salvo que se usen métodos semejantes al genocidio (…) los contrainsurgentes buscan una solución militar: arrasar a las guerrillas. Pero hay un impedimento político y económico que se los estorba: no pueden acabar con la población, ni siquiera con una parte importante de ella» (Taber, La Guerra de la Pulga, 21).
Esta temprana advertencia señala el gran riesgo que encarna el trato de la población como enemigo. El hecho de que el proyecto insurgente fuese una apuesta social y política, contraria al orden establecido y enfocada en transformar las condiciones de vida de la población a través del poder de las armas, generó en el fondo su involucramiento, y en algunas ocasiones su apoyo real o condicionado. Esta situación unida al estigma y al señalamiento de las zonas rojas o de presencia de guerrilla, derivó en la fijación de miles de seres humanos como blancos legítimos. Su trato como rebeldes o subversivos desdibujó el Estado de Derecho.