La Serranía del Darién es una subregión ubicada en el departamento del Chocó, entre los municipios de Acandí, Unguía, Riosucio, Carmen del Darién, Juradó, Bahía Solano y Nuquí.
En esta zona viven los pueblos indígenas Wounaan, Embera Eyabida, Embera Dobidá y Gunadule; pueblos binacionales con Panamá. Existen 25 resguardos indígenas y 28 territorios colectivos de comunidades negras. Por este corredor se cruzaban algunas rutas de itinerancia de las Kumpañy de Cúcuta, San Pelayo, y las organizaciones Prorrom y Unión Romaní de Bogotá.
La economía giró en el siglo XIX en torno a la explotación de caucho, tagua y raicilla. En el siglo XX el Bajo Atrato se convirtió en epicentro de proyectos agroindustriales de azúcar, lo que atrajo oleadas de migrantes de otros lugares del país. De ahí en adelante -y hasta mediados de los 70- llegaron empresas madereras.
En ese momento aparece el conflicto. De 1970 a 1992 llegaron las guerrillas del EPL, las FARC-EP y el ELN, narcotraficantes en Unguía, Acandí y Juradó; así como paramilitares vinculados a la Casa Castaño. Entre 1993 y 2001 se consolida el Bloque Noroccidental de las FARC para traficar armas y drogas, y la expansión del paramilitarismo con la aparición de las ACCU y AUC, quienes se aliaron con la Fuerza Pública para combatir a las guerrillas y asegurar los territorios para consolidar proyectos económicos de madera, palma, banano, plátano y ganadería, pero también para impulsar un proyecto político y coptar la democracia. El cultivo extensivo de palma aceitera como proyecto económico en la región afectó sobre todo a las comunidades negras de Curvaradó, Jiguamiandó, Pedeguita y Mancilla.
Entre 2002 y 2020 se transformó el territorio por la ampliación de proyectos agroindustriales, la desmovilización de las AUC, el surgimiento de grupos paramilitares posdesmovilización, disidencias de FARC luego del Acuerdo de Paz en 2016 y el fortalecimiento del ELN.
Por su posición geográfica entre el Mar Caribe y el Océano Pacífico, permite la conectividad fluvial, terrestre y aérea con Panamá, Centroamérica y el Golfo de Urabá. Estas características geográficas, sumadas a la presencia diferenciada del Estado, posicionan la zona como un escenario estratégico para los actores armados.